mayo 11, 2012

La predicación sobre Jesús es motivo de contradicción


Comentario a  la Palabra del 12 de mayo de 2012


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Los Hechos de los Apóstoles (16,1-10), nos siguen relatando los espeluznantes comienzos de la predicación cristiana. Para hoy se nos va a informar acerca de la vocación de un nuevo discípulo: Timoteo. Pablo, para no caer en contradicción con los Judíos, lo circuncidó, pues todos sabían que su padre era pagano. Los discípulos, en especial mención Pablo, continúan proclamando las decisiones del Concilio de Jerusalén, acerca de lo necesario para la salvación, evitando la circuncisión. Esto hace que las comunidades se fortalezcan en la fe y el número de creyentes aumente cada día más. Y seguirán predicando, pues, están convencidos que Dios los llama a predicar el Evangelio.

Exhortación a partir de este texto: En la actualidad, muchas situaciones no permiten que el Evangelio sea el centro de todo. Nosotros como discípulos del Maestro tenemos la obligación de predicar a Jesús, no adoctrinando en su nombre, sino convenciendo con nuestro testimonio de vida que nos hace testigos de su amor y nos permite dar la vida por la abundante redención.

El Evangelio de San Juan (15,18-21) nos informa acerca de unas instrucciones muy realistas de Jesús a sus discípulos: El mundo los odia porque no son del mundo… A ustedes los perseguirán… No conocen al que me envió”. Estas frases manifiestan que seguir a Jesús no es acomodarse al mundo. Es sentar una voz de protesta, una voz que clama ante el hermano sólo y desamparado, una voz que hace resonar el corazón de la humanidad, no para consolarlo en su pena, sino para exaltarlo a que se comprometa en la lucha de ideales justos y verdaderos.

Exhortación a partir de este texto: Nuestro compromiso con Jesús hace que realmente en muchas ocasiones, las estructuras de poder, no pocas veces injustas y deshumanizadoras, se sientan alertadas y eviten que voces contrarias a lo que les pertenece sobresalgan y les incomoden en sus vidas. La invitación es al compromiso, un compromiso sincero, donde el amor de Dios sea el motor inmóvil de nuestra existencia, donde su mano protectora siempre esté de nuestro lado y sea sentida siempre por nosotros en todo lo que hagamos.

La acción del Espíritu Santo en la Historia

Queridos visitantes, les comparto una reflexión de un compañero Teólogo acerca del Espíritu Santo para encaminarnos a la fiesta de Pentecostés, el ecuatoriano Jesús Antonio León. Este documento que realizó, lo hizo vísperas a la sutentación del exámen final de la carrera teológica y fue revisado por el sacerdote experto en Biblia Miguel Camelo.

Hoy vamos a ver: ¿Cuál es el Lenguaje del Espíritu Santo en la Sagrada Biblia y en la Tradición?


LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA HISTORIA

Se respetan los derechos de autor.
En el camino de Cristificación de la Iglesia no hay que prescindir de la acción del Espíritu Santo, pues bajo su influjo somos capaces de amar con el mismo amor (servir y compartir fraternalmente la identidad) de Cristo. Es el Espíritu quien ayuda a descubrir y afirmar la identidad y a desplegarnos según ella.

1.    ¿Cuál es el lenguaje de Espíritu Santo en las Sagradas escrituras y la Tradición?

La presencia del Espíritu es una constante en la biblia aunque siempre de forma difusa y no sistematizada. Es como hilo conductor de toda la Palabra de Dios, sin que los autores sagrados hayan sentido la necesidad de plasmar esta experiencia en un sistema dogmático. El Espíritu es el que ha inspirado las Escrituras; es el Espíritu que habló a los profetas, el que inspira a los escritores sagrados para que transmitan desde sus categorías mentales y culturales la Palabra de Dios[1].

El significado bíblico del “espíritu” es “ruah” y  “pneuma” (viento, respiración, aire, aliento) los dos términos significan vida, alma, espíritu. Así pues, Espíritu es una realidad dinámica, creadora. “En la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo es llamado Espíritu de Yahvé, Espíritu de Dios, Espíritu de Jesucristo, Espíritu Santo”[2]

En el Antiguo Testamento, el término hebreo con que se designa al Espíritu es el de “ruah”[3], que traduce espíritu, viento, respiración. “La ruah no sólo es una fuerza externa sino que penetra íntimamente a la persona y acompaña la vida”[4], significa el carácter vivaz y dinámico del ánimo humano (llamado también nefesh, en su individualidad); ruah sería además la intimidad del hombre, algo así como su corazón (leb).

En Gn 1, presenta al Dios creador con tres atributos fundamentales: el iniciador de la creación, el ordenador o arquitecto del cosmos y el vivificador del universo. Que son caracteres de su personalidad espiritual[5]. El primer diálogo entre Dios y el mundo tiene lugar en la creación. La función creadora de Dios aparece como el que permite una nueva acción progresiva, un dialogo entre Creador y criatura, con una mutua corresponsabilidad en un proyecto inacabado de la creación, corresponsabilidad que se da también entre las  mismas criaturas, entre el varón y la mujer (Gn 2, 20-25)[6].

Este espíritu actúa a través de personajes elegidos por Dios como son los ancianos de Israel (Nm 11, 17-29; 24,2), los jueces (Jc 3,10; 6,34; 11,29), los reyes (1 Sm 11,6). Pero irrumpe de un modo peculiar en los profetas que son portavoces autorizados de Dios que recuerdan al pueblo las promesas divinas y llaman a convertirse al proyecto de Dios[7]. Ellos tienen conciencia de haber sido llamados por Dios, incluso de estar poseídos por él, de ser enviados a hablar por él (ej., Jr 1, 4-10). El profeta es el hombre de Espíritu (Os 9, 7);  José (Gn 41, 38), Moisés (Nm 11, 14-25), Josué (Nm 27, 17-18), Saúl (1 S 10, 6-10) son ejemplo de la actuación del Espíritu.

Hay textos muy importantes como Is 11,2ss, que marcan cierto progreso en la evolución de la pneumatología del Antiguo Testamento; los poemas del Siervo de Yahveh atribuyen al Espíritu, que era considerado siempre como propio del Señor, al Mesías en términos personales, individuales: es decir, todo el Espíritu reposa sobre su Mesías. El Espíritu le da al Mesías la función profética, pero como el mesianismo del Antiguo Testamento no está ligado solamente a la figura individual del Mesías, sino que todo el pueblo constituye una comunidad mesiánica, entonces el Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne (Jl 3,1-2). Se concluye que en el AT el Espíritu Santo es, sobre todo, una promesa que acompaña a los tiempos mesiánicos y que posee imágenes simbólicas como viento, fuego, agua, unción de aceite, paloma, nube, perfume[8].

Los libros sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés, Sirácida y Sabiduría) muestran una estrecha relación entre Sabiduría y espíritu, ya que ambas realidades actúan de forma espiritual, ejercen un papel cósmico universal, suscitan profetas, guían no solo al pueblo elegido, sino a la humanidad, son un maestro interior que ilumina el corazón (cf. Sb 1, 6; Pr 8, 22; Job 32, 8; y Sb 7, 22 – 8, 1)[9]

Se respetan los derechos de autor.
En el Nuevo Testamento[10] se habla del Espíritu Santo siempre en relación con Jesús, el cual nos revela al Padre y nos revela y da el Espíritu en abundancia. “El NT recoge la enseñanza del Antiguo en torno al Espíritu de Yahvé como fuerza creadora y poder transformante de Dios, y concreta su acción no sólo en que ella es comunicación y don de Dios, sino, que sobre todo, en que es un ser personal que descansa sobre el Mesías y cuya manifestación plena caracteriza los tiempos mesiánicos (Cf, Hch 2, 17-21). Jesús no sólo es fruto del Espíritu;  Él es también el portador del Espíritu. 

Por eso, el acontecimiento cristológico es un evento pneumatológico, pero como el hecho cristológico es escatológico (Mc 1,14- 15), dado que el Espíritu Santo está siempre ligado a Jesús, también el Espíritu es una realidad de los últimos tiempos, y el suceso pneumatológico es, por tanto, siempre una realidad escatológica. El bautismo de Jesús, vinculado con la venida del Espíritu Santo, representa una investidura, una capacitación: Jesús es ungido, es decir, impregnado y poseído por el Espíritu Santo (Hch 10,38); el Espíritu reposa establemente sobre él. El Espíritu es el protagonista de la obra evangelizadora de Jesús (Lc 4,141 5); es el motor de la oración de Jesús, la condición de posibilidad de su relación filial con el Padre.

Las afirmaciones sobre el Espíritu, propias del cuarto evangelio, delatan un perfil peculiar. La idea de una irrupción repentina del Espíritu, manifestaciones extraordinarias, milagros y fenómenos extáticos, todo es extraño en Juan. El Jesús joánico no lleva rasgo alguno de personaje carismático. Las palabras, obras o signos de Jesús no se oponen, en este sentido, en relación con el Espíritu[11].

Alonso Schökel lo describe del siguiente modo: “El Espíritu es un viento huracanado y en lenguas de fuego el día de Pentecostés (Hch 2) y es apuntador en voz baja de la invocación “Padre” (Gal 4,6; Rm 8,15), y es derrochador de dones y carismas policromos en la primitiva Iglesia y en todos los tiempos de la Iglesia (1 Cor 12, 4-11). Así tenemos que pensar el Espíritu: fuerte y libérrimo, activo y múltiple, presente e invisible. Y en este contexto dinámico y abierto tenemos que pensar la inspiración de los libros sagrados” (La Palabra inspirada[12]).


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En la Tradición: La reflexión de la fe, llega gradualmente a una doctrina sobre el Espíritu Santo, dentro de un contexto de dimensión soteriológica - cristológica, que prevalece en los primeros siglos. Una vez resulta la crisis arriana y una vez difundida la divinidad de Cristo (homousios), había que responder a las herejías que surgían respecto al Espíritu Santo (macedonios, pneumatómacos) (por el año 360), viéndolo en sentido subordinacionista, como una criatura del logos o bien como un ser intermedio ente Dios y el mundo. El análisis estructural de la definición del Concilio de Constantinopla, aclara los atributos del Espíritu Santo: es el Señor (el mismo apelativo que se concede también a Yahvé y a Jesús, da la vida de los hijos de Dios (zoopoios), es decir, Santifica, diviniza, es co-adorado y co-glorificado, procede del Padre, aunque no se precisa la relación Hijo - Espíritu (Ds. 150)

El argumento principal para afirmar la divinidad del Espíritu Santo fue el soteriológico, lo mismo que ocurrió en el Concilio de Nicea por obra de San Atanasio: si somos rescatados y divinizados por el Espíritu es porque el Espíritu Santo es de Dios. La influencia de los padres capadocios en oriente se hizo sentir en el Concilio de Constantinopla y en la especulación griega posterior, que estará siempre marcada por el equilibrio entre la reflexión sobre la trinidad en sí misma y su manifestación histórico-salvífica.

El Espíritu es considerado en la pneumatología griega como principio personal de divinización de la criatura, que en la fuerza del Espíritu vuelve al Padre. En esta visión el Espíritu Santo se identifica con la fe misma, con la inteligencia de la Escritura, orientado el comportamiento ético de los hombres hacía la comunión con Dios. El Espíritu Santo no constituye para los padres griegos una teología docta, sino el horizonte mismo de inteligibilidad del misterio cristiano como misterio de salvación.



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La pneumatología latina se resiente del planteamiento general que se da a la explicación de la trinidad, que, como es bien sabido, tiende a salvaguardar ante todo la unidad de Dios. El modelo representativo latino ha sido comparado con un círculo: el Padre engendra al Hijo, el Espíritu Santo es el amor mutuo del Padre y del Hijo, con lo que el Espíritu Santo se cierra la vida trinitaria. Al ser el Espíritu Santo el don mutuo del Padre y del Hijo dentro de la trinidad, se precisó ante todo en qué sentido se habla de la procesión del Espíritu y en qué sentido la relación de spiratio passiva constituye la persona del Espíritu Santo, se pasó luego a considerar al Espíritu Santo en su manifestación ad extra, subrayando su función de actualización y realización de la obra de Cristo en la gracia y en los sacramentos, pero con el riesgo de no identificar la originalidad de la misión del Espíritu Santo más que en lo que se refiere al tema de la inhabitación de la trinidad en el hombre, apropiada al Espíritu Santo. Tan solo el tratado sistemático De Gratia y De Trinitate, han desarrollado la dimensión pneumatológica[13].



La dimensión pneumatológica del vaticano II se muestra en la transformación del modelo eclesial de cristianidad y en el retorno a una Iglesia más cercana a sus orígenes bíblicos y patrísticos, a la Iglesia de comunión propia del primer milenium. Esto supone que existe en el concilio una recuperación pneumatológica en el sentido que vuelve a valorar el sentido de la fe del pueblo cristiano, de los carismas, de las iglesias locales, der la colegialidad episcopal, del dialogo ecuménico, etc.[14]



[1] CODINA, Víctor. No extingáis el Espíritu: Una iniciación a la Pneumatología. Edit. Sal Terrae. Santander. 2008. P. 35.
[2] W. Horn. Holy Spirit. EN: The Anchor Bible Dictionary. New York, 1992. P, 265-266.
[3] Es empleado 378 en el Antiguo Testamento y se distribuye en tres grupos de importancia cuantitativa sensiblemente igual. Tomado de CONGAR, Yves. El Espíritu Santo. Herder. Barcelona. 198.
[4] MATEO SECO, Lucas F. Teología Trinitaría. Dios Espíritu Santo. RIALP. Madrid 2005. P, 21.
[5] Óp. Cit. P. 36.
[6] Ibíd. P. 37.
[7] Ibíd. P. 38.
[8] Cf. CODINA, Víctor. No extingáis el Espíritu: una iniciación a la Pneumatología. Sal Terrea. Santander. 2008.
[9] Ibíd. 27-32 p.
[10] Para mayor profundidad en el tema refiérase a: CODINA, Víctor. No extingáis el Espíritu: una iniciación a la Pneumatología. Sal Terrea. Santander. 2008. 42-54 p.
[11] Para profundizar en el tema remítase a: SCHÛTZ, Christian. Introducción a la Pneumatología. Ediciones Secretariado Trinitario. Salamanca. 1991. 183-194 p.
[12] Cf. Constitución dogmática Dei Verbum: Sobre la Divina Revelación, del concilio Vaticano II.
[13] N. Ciola, Espíritu Santo en Diccionario Teológico Enciclopédico, Ed., Verbo Divino, 2ª ed., Navarra 1996, pp., 329-332.
[14] Cf, óp. Cit. Víctor Codina. 143-144 p.

PREPÁRATE PARA LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS

ESTE SÁBADO, 26 DE MAYO DE 2012, A LAS TRES DE LA TARDE:
SOLEMNE VIGILIA DE PENTECOSTÉS.
PREDICADOR: PADRE DIEGO JARAMILLO, CJM.

El amor de Dios sobrepasa toda lógica humana

Comentario a la Liturgia de la Palabra. Mayo 11 de 2012.


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Los Hechos de los Apóstoles (15, 22-31), nos siguen comentando la unión especialísima que existe a los comienzos de la Iglesia en cuanto a la vida nueva, es decir, al seguimiento de Jesús. En días anteriores han surgido diversos interrogantes, que manifiestan las grandes dificultades que los Apóstoles tuvieron que vivir para encaminarse hacia la novedad que proponía el cristianismo: el amor a Dios y al Prójimo. Estos interrogantes tuvieron su centro en el tema de la salvación. Ayer los discípulos afirmaron que para salvarse, lo único necesario era la gracia del Señor Jesús. Hoy, en acuerdo con toda la comunidad cristiana, se decide enviar a dos discípulos con Pablo y Bernabé: Judas o Barsabás y Silas, entregándoles una carta con las conclusiones del concilio de Jerusalén: El Espíritu Santo y Nosotros, hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias. Los convertidos al cristianismo, es decir, los que eran paganos, aceptan con júbilo esta declaración final, donde el amor de Dios sobrepasa toda mortificación humana.

Exhortación a partir del texto: La Iglesia Católica se siente guiada y protegida por el Espíritu Santo, es decir, por la voluntad y voz de Dios que la sigue conduciendo por abundantes gracias y bendiciones. Si nosotros somos miembros de la Iglesia o seguidores de Jesús, dejémonos guiar por su Palabra y por su Espíritu que nos lleva a una relación íntima con nuestro Padre Dios.

El Santo Evangelio de San Juan (15, 12-17) nos ofrece el mandamiento del amor predicado por Jesús: Que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Así es, la lógica de Dios no es la misma lógica de los hombres, el amor divino es hasta el extremo, a tal punto de dar la vida, es decir, dar todo lo que somos para sentirnos amados por Dios y comprometidos con nuestros hermanos. Esta relación de amor no nos hace siervos, sino amigos de Dios, que nos ha elegido primero y nos ha destinado para que demos fruto abundante.

Exhortación a partir del texto: Amar a Dios significa vivir como Jesús, imitar su vida, que fue una lucha por la justicia, la igualdad y la fraternidad. Nuestro compromiso ha de ser el mismo: sentirnos invitados a la mesa de la salvación, a la mesa de la bendición, donde reina la fe, la esperanza y la caridad, que conducen a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.