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Los Hechos de los Apóstoles (15,
22-31), nos siguen comentando la unión especialísima que existe a los comienzos
de la Iglesia en cuanto a la vida nueva, es decir, al seguimiento de Jesús. En
días anteriores han surgido diversos interrogantes, que manifiestan las grandes
dificultades que los Apóstoles tuvieron que vivir para encaminarse hacia la
novedad que proponía el cristianismo: el amor a Dios y al Prójimo. Estos
interrogantes tuvieron su centro en el tema de la salvación. Ayer los
discípulos afirmaron que para salvarse, lo único necesario era la gracia del
Señor Jesús. Hoy, en acuerdo con toda la comunidad cristiana, se decide enviar
a dos discípulos con Pablo y Bernabé: Judas o Barsabás y Silas, entregándoles
una carta con las conclusiones del concilio de Jerusalén: El Espíritu Santo y
Nosotros, hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente
necesarias. Los convertidos al cristianismo, es decir, los que eran paganos,
aceptan con júbilo esta declaración final, donde el amor de Dios sobrepasa toda
mortificación humana.
Exhortación a partir del texto: La Iglesia Católica se siente
guiada y protegida por el Espíritu Santo, es decir, por la voluntad y voz de
Dios que la sigue conduciendo por abundantes gracias y bendiciones. Si nosotros
somos miembros de la Iglesia o seguidores de Jesús, dejémonos guiar por su
Palabra y por su Espíritu que nos lleva a una relación íntima con nuestro Padre
Dios.
El Santo Evangelio de San Juan
(15, 12-17) nos ofrece el mandamiento del amor predicado por Jesús: Que se amen los unos a los otros como yo los
he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por
ellos. Así es, la lógica de Dios no es la misma lógica de los hombres, el
amor divino es hasta el extremo, a tal punto de dar la vida, es decir, dar todo
lo que somos para sentirnos amados por Dios y comprometidos con nuestros
hermanos. Esta relación de amor no nos hace siervos, sino amigos de Dios, que
nos ha elegido primero y nos ha destinado para que demos fruto abundante.
Exhortación a partir del texto: Amar a Dios significa vivir como
Jesús, imitar su vida, que fue una lucha por la justicia, la igualdad y la
fraternidad. Nuestro compromiso ha de ser el mismo: sentirnos invitados a la
mesa de la salvación, a la mesa de la bendición, donde reina la fe, la
esperanza y la caridad, que conducen a amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos.
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