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Jesucristo, Sumo y Eterno
Sacerdote |
"Os he llamado amigos, porque os he
manifestado todo lo que he oído a mi Padre. No me habéis elegido vosotros a mí,
soy yo quien os he elegido y os he destinado a que os pongáis en camino y deis
fruto, y un fruto que dure" (Jn 15,15).
Jesús entrega su amistad y
pide la nuestra. Ha dejado de ser el Maestro para convertirse en amigo. Escuchad
como dice: Vosotros sois mis amigos... No os llamo siervos, os llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer…En aras de esa
amistad, que es entrañable, que es verdadera y ardorosa, desea atajar a los que
aún pudieran no hacerle caso. "No sois vosotros -les dice- los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido".
Es un compañero deseoso de salvar,
de alegrar y de llenar de amor, de gozo y de paz a sus amigos. "Os he hablado
para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud". El
Maestro está con los brazos abiertos de la amistad tendidos hacia nosotros. Y
con la alegría como promesa y como ofrenda. Nunca se ha visto un Dios igual.
Camina ahora mismo y por cualquier calle. Por la acera de tu casa, seguro. Y
está diciendo que es amigo tuyo, que te quiere igual que a su Padre y que desea
llenarte de alegría. Lo va repitiendo al paso, según se acerca a tu puerta (ARL
BREMEN).
DIOS CREA PORQUE AMA
Por lo mismo que Dios
ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta grandeza, que fascinadora
belleza!:
"¡Oh montes y espesuras, plantados por la mano del
Amado!, ¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!, decid si por
vosotros ha pasado",
cantó el insuperable poeta del amor, San Juan de la
Cruz.
Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron. (Gén 3,9).
El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su
órbita, como un hueso desplazado de su sitio, en busca del placer, de la
satisfacción del egoísmo, del sometimiento a su soberbia, como si el sol se
saliera de su ruta, buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de
la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del
dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía a una
Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose
hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón
abierto.
EL SIERVO DE YAHVÉ
Ese Hombre Dios, el Siervo
de Yahvé, que, "desfigurado no parecía hombre, como raíz en tierra árida, si
figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de
dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y
humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes,
como cordero llevado al matadero" Isaías 52,13, inicia la redención de los
hombres, sus hermanos. El es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los
hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al
Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la
humanidad. El Padre, cuya voluntad ha venido a cumplir, lo ha constituido
Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y
determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único
sacerdocio. Para eso, antes de morir, ha elegido a unos hombres para que, en
virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los
pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus
hermanos.
"Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo
su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este
pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada
misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a
sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se
alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al
entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a
Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).
Por eso, si los cristianos debemos tomar nuestra cruz, los sacerdotes,
más, por más configurados con Cristo, con sus mismos poderes. Los sacerdotes de
la Antigua Alianza sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban
ellos. Los sacerdotes nos hemos de inmolar porque Cristo se inmoló a sí mismo.
Hemos de ser como él, sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el
suyo.
Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al mundo, una
mentalidad inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí surgen
consecuencias de carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes de
colores, que obnubilan el sentido sustancial del sacerdote-víctima, que conducen
a la esterilidad, y contradicen la misión: "para que os pongáis en camino y deis
fruto que dure". El fruto que dura es el de la conversión, la santidad, que
permanecerá eternamente. Os he puesto en la corriente de la gracia, os planté
para que vayáis voluntariamente y con las obras deis fruto. Y precisa cuál sea
el fruto que deban dar: "Y vuestro fruto dure". Todo lo que trabajamos por este
mundo apenas dura hasta la muerte, pues la muerte, interponiéndose, corta el
fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna perdura aun
después de la muerte, y entonces comienza a aparecer, cuando desaparece el fruto
de las obras de la carne. Principia, pues, la retribución sobrenatural donde
termina la natural. Por tanto, quien ya tiene conocimiento de lo eterno tenga en
su alma por viles las ganancias temporales. Así pues, demos tales frutos que
perduren, produzcamos frutos tales que cuando la muerte acabe con todo, ellos
comiencen con la muerte, pues después que pasan por la muerte es cuando los
amigos de Dios encuentran la herencia (San Gregorio Magno).
EL
SERVICIO, NO EL PODER
Después de la "conversión" de Constantino, el
clero eclesiástico hizo su entrada en este mundo, corrió serio peligro de perder
su propia naturaleza, que no consiste en el poder, sino en el servicio. Además,
entró en competencia con el poder secular al aparecen la escena de la historia
política. Este encuentro y confrontación con la jerarquía civil condujo no sólo
a una ampliación político-social de las tareas apostólicas, sino que también
oscureció el aspecto colegial del servicio de la Iglesia. Ha dicho el Cardenal
Lustiger, arzobispo de París: "Ya se que Napoleón identificó al obispo con los
prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la
Iglesia como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería
en situaciones que favorecieran la promoción".
EL ORDEN
SACRAMENTAL Y LA DIGNIDAD
En el curso del siglo XI comienza la
teología medieval a distinguir claramente, en la elaboración del tratado de
sacramentos, entre el Orden y la dignidad, y puso de relieve la sacramentalidad
del Orden de la Iglesia. A partir de entonces se designa esencialmente como
Orden el sacramento que confiere el poder de celebrar la
eucaristía.
Aunque el lenguaje de la Curia romana imprimió su sello a la
tradición cristiana, la ordenación no fue considerada nunca como un simple
acceso a una dignidad y como transmisión de unos poderes jurídicos y litúrgicos,
pues siempre se confirió mediante un rito, Porque la ordenación es un acto
sacramental que transmite una gracia de santificación; los llamados son tomados
del mundo y consagrados al servicio de Dios, son separados para atender a su
misión especial. El obispo, el sacerdote, el diácono no tienen de suyo nada del
sacerdote romano, que era un funcionario del culto público, poseía cierto rango
y tenía que realizar determinados actos. El "sacerdocio" cristiano pertenece a
otro orden; no es primariamente "religioso" ni cultual, sino carismático; es el
ordo de los que han recibido el espíritu y, en virtud de su orden, están
habilitados para continuar la obra de los apóstoles. Las jerarquías del
ministerio aparecen en los escritos de los Padres de la Iglesia, no tanto como
títulos que conceden ciertos derechos, sino más bien como tareas que ciertos
hombres llamados a edificar el cuerpo de Cristo toman sobre sí, a veces incluso
contra su propia voluntad.
DIMENSION ESENCIAL
El Orden
sacramental es una dimensión esencial para la Iglesia, y por eso fue incluido
entre los sacramentos. Si se quiere comprender el sentido y la función de este
"sacramento" particular en lugar de atribuir el sacerdocio cristiano y toda la
jerarquía de la Iglesia a un único acto de institución, como hizo el Concilio de
Trento, parece que está más en consonancia con la Sagrada Escritura y la
realidad de las cosas partir de la Iglesia como "sacramento original". De esta
forma no nos exponemos al peligro de separar el orden de la Iglesia histórica
para colocarlo en cierto modo por encima de ella, pues es un sacramento esencial
para la existencia de la Iglesia y en el que ésta se
actualiza.
DISTINTOS GRADOS
El desdoblamiento del ordo
en varios grados y la introducción de diversas ordenaciones están tan
relacionados con la historia de la Iglesia como con la Escritura. Son producto
de un desarrollo, y, en definitiva, la cuestión de si se ha de hablar de un
único sacramento del orden o de si el episcopado y el presbiterado constituyen
sacramentos diversos es más una cuestión terminológica y teológica que
dogmática. Las funciones del obispo y las del sacerdote, las funciones del
sacerdote y las del diácono, no están delimitadas entre sí de forma absoluta;
las funciones respectivas son asignadas por el derecho, pero este derecho no es
un todo inmutable. La validez de las ordenaciones depende de la actuación de la
Iglesia tomada en su totalidad, y no del acto sacramental considerado
aisladamente. La validez o no validez de una ordenación no es algo que se pueda
determinar tomando como base el rito, con independencia del marco general de la
misma.
DESARROLLO
La estructura del ministerio
eclesial se puede considerar, igual que el canon de la Escritura y el número
septenario de los sacramentos, como el resultado de un desarrollo. Desarrollo
que se produjo todavía en tiempo de los apóstoles; por eso ha conservado en la
tradición de la Iglesia el carácter de algo que existe por necesidad jurídica.
En la Iglesia tendrá que haber siempre un "ministerio para velar", un
"presbiterado" y una "diaconía". Sin embargo, las expresiones concretas de esta
estructura esencial pueden cambiar con el tiempo y de hecho han cambiado; más
aún, tienen que cambiar por razón del carácter forzosamente limitado de las
diversas expresiones históricas del ministerio y de la obligación que éste tiene
de asemejarse constantemente a su modelo, Cristo.
Lo mismo que Dios
concedió el espíritu de profecía a los setenta ancianos que había llamado Moisés
a participar con él en el gobierno del pueblo, así también comunica a los
sacerdotes el Espíritu Santo para que se asocien al ministerio de los obispos.
El presbítero colabora con el obispo en la totalidad de sus funciones de
gobierno de la Iglesia. Las funciones del presbítero tienen una íntima conexión
con el ofrecimiento de la eucaristía. Por eso la función del presbítero en la
Iglesia ha de entenderse partiendo de la Cena y de las palabras de Cristo, que
mandó a los apóstoles hacer "en memoria de él lo mismo que él había hecho" (1
Cor 11). Por eso defendió el Concilio de Trento este aspecto básico del
ministerio sacerdotal. Y el Concilio Vaticano II añade: "Los presbíteros
ejercitan su oficio sagrado sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en
donde, representando la persona de Cristo, el sacerdote es al mismo tiempo
presidente de la celebración eucarística, él ofrece el sacrificio in nómine
Ecclesiae o, en persona Ecclesiae y consagrante, sacrificador, y como tal ya no
actúa meramente in persona Ecclesiae, sino in persona Christi y proclamando su
misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza, Cristo,
representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor
(1 Cor 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo,
que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Heb
9,11-28)".
EL MISTERIO DE CRISTO
El sacerdote nos
introduce en la memoria del Señor, no sólo en su pascua, sino en el misterio de
toda su obra, desde su bautismo hasta su pascua en la cruz. El exhorta a la
asamblea de los creyentes a vivir en sintonía con el sacrificio de la cruz, que
ésta vuelve a vivir en el presente en espera de su consumación definitiva. Por
eso el ministerio del sacerdote no se puede limitar a la celebración de un rito;
compromete toda la vida y se desarrolla de acuerdo con todo el orden
sacramental.
Pero no sería fiel a la tradición quien pretendiera defender
que las funciones del sacerdote son de naturaleza estrictamente sacramental y
cultual. También es función del sacerdote proclamar la palabra de Dios. La misma
Cena, en la que el Señor llama a su sangre "sangre de la alianza", lo pone de
manifiesto, pues no hay ningún rito de alianza sin una proclamación de la
palabra de Dios a los hombres. El acontecimiento de la alianza es al mismo
tiempo acción y palabra. Esta relación aparece todavía más clara cuando se parte
de la base de que eucaristía (1 Cor 11,24) no significa tanto una "acción de
gracias" en el sentido actual de esta expresión, cuanto una clara y gozosa
proclamación de las "maravillas de Dios", de sus hechos salvíficos.
Cuando Jesús declara: "Cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa
copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva" (1 Cor 11,26), su acto
de bendición ritual tiene también el sentido de una proclamación de la palabra
de Dios. El ministerio de ofrecer la eucaristía ratifica y complementa
simplemente una proclamación de la palabra, que va desde el kerigma inicial
hasta la catequesis y la misma celebración litúrgica. Predicar, bautizar y
celebrar la eucaristía son las funciones esenciales del sacerdote. Sin embargo,
dentro del presbiterio dichas funciones pueden estar distribuidas distintamente,
según que unos se dediquen más a tareas misioneras y otros a la acción pastoral
dentro de la comunidad reunida (Mysterium Salutis). Predicar y enseñar, de otra
manera, ¿cómo podrán hacer y administrar los sacramentos con provecho y eficacia
salvadores?
ESCASO APRECIO
El sacerdocio hoy está
bastante desvalorizado. Las cosas poco prácticas no se cotizan. Esta generación
consumista sólo tiene ojos para sus intereses. Ha perdido el sentido de la
gratuidad. Un beso y una sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos
mucho. Un jardín no es un negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas
y cebollas es más productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios.
El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es necesario como la escoba para
que esté limpia la casa. Pero a nadie se le ocurre poner la escoba en la
vitrina.
El sacerdote perdona los pecados, es instrumento de la misericordia de Dios.
En un mundo lleno de rencores y envidias, el sacerdote es portador del perdón.
Está siempre dispuesto a recibir confidencias, descargar conciencias, aliviar
desequilibrios, a sembrar confianza y paz.
El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de tierra, nos señala el
cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, nos descubre a Dios en
el fondo.
El sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace propicio, le da gracias, da a
Dios el culto debido. Impetra sus dones.
El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote
es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina.
El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el
alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace
cosas sino santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente
lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Nada hay en la
Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo hay: dos sacerdotes. Por eso hemos de
pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies (Mt 9,38).
LA ELECCIÓN
"No me habéis elegido vosotros a mí, os he
elegido yo a vosotros". La elección indica siempre predilección. Si voy a un
jardín, miro y remiro: tallo, capullo, color, aguante...Elijo, corto y me la
llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar el color, ni darles más resistencia,
ni aumentarles la belleza.
Cuando Dios elige, elige a través de su
Verbo: "Por El fueron creadas todas las cosas". Cuando un joven elige a su
novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u otros, probablemente saldría
mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha desposar con ella.
Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección. Porque han de
continuar sus mismos misterios.
Parece que el Señor tendrá sus
preferencias. Contando con que siempre puede rectificar y enderezar, romper el
cántaro y rehacerlo, y purificar, es verosímil que cuente con lo que ya hay en
las naturalezas, creadas por El: "Omnia per ipso facta sunt".
Una de las
primeras cualidades que parece buscará será la docilidad. Docilidad que casi
siempre es crucificante. Otra, será la sencillez: "Si no os hacéis como
niños"... Manifestarse sin hipocresía, con naturalidad.
“VOSOTROS
SOIS MIS AMIGOS"
"Vosotros sois mis amigos." ¡Cuánta es la
misericordia de nuestro Creador! ¡No somos dignos de ser siervos y nos llama
amigos! ¡Qué honor para los hombres: ser amigos de Dios! Pero ya que habéis oído
la gloria de la dignidad, oíd también a costa de qué se gana: "Si hacéis lo que
yo os mando." Alegraos de la dignidad, pero pensad a costa de qué trabajos se
llega a tal dignidad. En efecto, los amigos elegidos de Dios doman su carne,
fortalecen su espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes, menosprecian
lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna; además, la
aman más que a la vida; pueden ser llevados a la muerte, pero no doblegados.
Considere, pues, cada uno si ha llegado a esta dignidad de ser llamado amigo de
Dios, y si así es no atribuya a sus méritos los dones que encuentre en él, no
sea que venga a caer en la enemistad. Por eso añadió el Señor: "No me habéis
elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para
que vayáis y deis fruto".
MÍSTICA DEL SACERDOCIO DE JUAN PABLO
MAGNO
San Francisco de Sales, el Doctor de las alegorías, relata en
su “Introducción a la Vida devota”, libro famoso y exitoso en su tiempo, que
Alejandro Magno encargó a Apeles pintar el retrato de Compaspe, la hermosa, a la
que amaba intensamente. Apeles, naturalmente, la estuvo contemplando durante
mucho tiempo, y se enamoró de ella. Lo intuyó Alejandro y compadecido de él, se
privó, por el afecto que tenía a Apeles, de la más querida amiga que jamás tuvo
en el mundo, con lo cual, dice Plinio, dio una prueba de la magnanimidad de su
corazón, mayor que la más brillante de sus victorias.
En “El hermano de
nuestro Dios”, una obra de teatro suya, Karol Wojtyla ha escrito que cualquier
intento de comprender a alguien implica penetrar hasta las raíces de nuestra
humanidad, donde se encentra un elemento extra histórico. Pocas voces me llegan
turbias sobre Juan Pablo II, aunque no faltan algunas, pero siempre pienso que
no le conocen y más, que no le pueden comprender los que las dicen, porque no
está a su alcance conocerle.
MEDITACIÓN SOBRE EL MINISTERIO
SACERDOTAL
Es San Pablo quien, en su Carta a los Corintios, define a
los sacerdotes: "servidores de Cristo y administradores de los misterios de
Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es
que sean fieles´´ (1 Co 4,1). Juan Pablo II, en el tema VIII de su libro “Don y
Misterio”, sus memorias escritas y publicadas al cumplir sus Bodas de Oro
sacerdotales, medita agudamente este texto: “el administrador no es el
propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los
gestione con justicia y responsabilidad. El sacerdote recibe de Cristo los
bienes de la salvación para distribuirlos entre las personas a las cuales es
enviado. Es por tanto, el hombre de la palabra de Dios, el hombre del
sacramento, el hombre del misterio de la fe´´. La vocación sacerdotal es el
misterio de un "maravilloso intercambio" entre Dios y el hombre. El hombre
ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento
de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo”. Yo lo canté, lo
intenté balbucear así el día de mis Bodas de Oro Sacerdotales, un año después
que el Papa:
HIMNO SACERDOTAL
Recién ordenado y
estudiante en la Universidad de Salamanca:
Necesitaste y necesitas de
mis manos para bendecir, perdonar y consagrar; mi corazón para amar a mis
hermanos, pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.
Mis audacias
yo te di sin cuentagotas, derroché mí tiempo enseñando a orar, mi voz
gasté predicando tu palabra y me dolió el corazón de tanto amar.
A
nadie negué lo que me dabas para todos. A todos quise en su camino
estimular. Me olvidé de que por dentro yo lloraba, y me consagré de por
vida a consolar.
Pediste que te entregara mis pies y te los ofrecí
sin protestar, caminé sudoroso tus caminos, y ofrecí tu perdón con gran
afán.
Cada vez que me abrazabas lo sentía porque me sangraba el
corazón, eran tus mismas espinas que me herían y me encendían en la
hoguera de tu amor.
Fui sembrando de Hostias mi camino inmoladas en tu
personificación: innumerables Eucaristías ofrecidas, han traspasado la
tierra de fulgor.
El que no tiene ojos para percibir el misterio del
"intercambio" del hombre con el Redentor no podrá comprender que un joven
renuncie a todo por Cristo, seguro de que su personalidad humana se realizará
plenamente.
LA GRANDEZA DE NUESTRA
HUMANIDAD
Retóricamente pregunta Juan Pablo II: “¿Hay en el mundo una
realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in
persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la
Cruz? En este Sacrificio está presente del modo más profundo el Misterio
trinitario, y como "recapitulado´´ todo el universo creado (Ef 1,10). La
Eucaristía ofrece "sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el
sufrimiento del mundo´´, en bella expresión de Teilhard de Chardin. En la
Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre,
bendicen a Dios como Creador y Padre con las palabras y la acción de Cristo,
Hijo de Dios. Por eso "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino
el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar´´ (Lc 10,21).
Estas
palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al
misterio de la Eucaristía, en la que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece
el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la
Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene, profundo
misterio de justicia de la criatura al Creador, el hombre da honor al Creador
ofreciendo, en acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido.
Sólo el hombre puede reconocer y saldar como criatura imagen y semejanza de Dios
tal deuda, que por sus limitación de criatura pecadora, es incapaz de realizar
si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera
esta iniciativa eucarística. El sacerdote, celebrando la Eucaristía, penetra en
el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es para él,
el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su
vida”.
EL SACERDOTE ES EL HOMBRE DE LA PALABRA
Afirma
el Papa que el sacerdote es “el hombre de la palabra de Dios, el hombre del
sacramento, el hombre del misterio de la fe´´. Y lo razona: “Para ser guía
auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de Dios, el
sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable
evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la "nueva evangelización´´,
se ve aún más esta urgencia. Después de tantos años de ministerio de la Palabra,
que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del
mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida
sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del
sacerdote antes que la palabra "anunciada", la palabra "vivida". El sacerdote
debe "vivir de la Palabra´´. Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar
intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En
nuestra época, la formación intelectual es muy importante. Esta permite entablar
un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo.
Los
estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los
caminos para alcanzar esta formación intelectual, que debe ser profundizada
durante toda la vida. Pero el estudio, para ser formativo, ha de ir acompañado
por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Santo Tomás explica cómo, con los dones del Espíritu Santo, el organismo
espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del
conocimiento y a la inspiración del amor. Esta súplica me ha acompañado desde mi
juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora”.
LA CIENCIA INFUSA
PRESUPONE LA ADQUIRIDA
“Enseña Santo Tomás, que la "ciencia infusa",
no exime del deber de procurarse la "ciencia adquirida". Después de mi
ordenación -escribe -fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Luego,
tuve que dedicarme a la ciencia como profesor de Ética en la Facultad teológica
de Cracovia y en la Universidad de Lublin. Su fruto fueron el doctorado sobre
San Juan de la Cruz y la tesis sobre Max Scheler. Debo mucho a este trabajo de
investigación, que a mi formación aristotélico-tomista, injertaba el método
fenomenológico, que me ha permitido escribir numerosos ensayos creativos, como
mi libro "Persona y acción”, entrando en la corriente contemporánea del
personalismo filosófico, cuyo estudio ha repercutido en los frutos pastorales.
Muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan en los
encuentros con las personas individuales y con las multitudes en mis viajes
apostólicos. Esta formación en el horizonte cultural del personalismo me ha dado
una conciencia más profunda de cómo cada uno es una persona única e irrepetible,
y esto es muy importante para todo sacerdote. En diálogo con naturalistas,
físicos, biólogos e historiadores, se puede llegar a la verdad. Es preciso que
el esplendor de la verdad --Veritatis Splendor- -permita a los hombres
intercambiar reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído desde Cracovia
a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen
lugar durante el verano en CastelGandolfo”.
LOS LABIOS DEL
SACERDOTE
"Los labios de los sacerdotes guardan la ciencia..." (Ml
2,7). A Juan Pablo le gustan estas palabras del profeta Malaquías, por su valor
programático para el ministro de la Palabra, que debe ser hombre de ciencia en
el sentido más alto del término, pues no sólo debe transmitir verdades
doctrinales, sino tener experiencia personal y viva del Misterio porque en esto
consiste "la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al
que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3).
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