Amigos de este Blog: les presento un interesante artículo de Víctor Codina, reconocido teólogo latinoamericano, titulado: Del Vaticano II, ¿A Jerusalén II? Donde expresa de manera contundente las deficiencias, los retrocesos y los avances suscitados a partir de este concilio , culminado en 1965. Codina no duda en afirmar que, si bien, este concilió fundamentó muchas preguntas sobre la dimensión eclesial (Iglesia, ¿qué dices de ti misma?, obvió algo fundamental: Iglesia, ¿Qué dices de Dios? Para concluir, que, en caso de un nuevo concilio, este tendría que realizarse en Jerusalén. Los invito a descubrir precisamente este interrogante y lo que hay detrás de la afirmación:
Del Vaticano II… ¿A Jerusalén II?
Víctor CODINA SJ
Este artículo es parte de la
«Minga» o número colectivode revistas latinoamericanas de teología,
un servicio a las revistas
animado por la Comisión Teológica Latinoamericana
de la ASETT/EATWOT
I. Un verdadero Pentecostés
El deseo y oraciones de Juan XXIII pidiendo que el Vaticano II fuera un
Pentecostés para la Iglesia, fue ampliamente escuchado por el Señor. El Vaticano
II fue una auténtica irrupción del Espíritu sobre la Iglesia, un acontecimiento
salvífico, un kairós. Hay un “antes” un “después” del Vaticano II.
Este tema ha sido tan ampliamente estudiado
[1] que bastará recordar las líneas fundamentales del cambio
producido en el Concilio:
-de la Iglesia de Cristiandad, típica del Segundo milenio, centrada en el
poder y la jerarquía, se pasa a la Iglesia del Tercer milenio que recupera la
eclesiología de comunión típica del Primer milenio y al mismo tiempo se abre a
los nuevos signos de los tiempos (GS 4; 11; 44);
-de una eclesiología centrada en sí misma, se abre a una Iglesia orientada al
Reino;
-de una Iglesia sociedad perfecta se pasa a una Iglesia misterio, radicada en
la Trinidad (LG I);
-de una eclesiología exclusivamente cristocéntrica (¡incluso cristomonista!)
se pasa a una Iglesia que vive tanto bajo el principio cristológico como bajo el
principio pneumático del Espíritu (LG 4);
-de una Iglesia centralista a una Iglesia corresponsable y sinodal que
respeta las Iglesias locales;
-de una Iglesia identificada con la jerarquía a una Iglesia toda ella Pueblo
de Dios con diversos carismas (LG II);
-de una Iglesia triunfalista que parece haber llegado a la gloria a una
Iglesia que camina en la historia hacia la escatología y se llena del polvo del
camino (LG VII);
-de una Iglesia señora y dominadora, madre y maestra universal a una Iglesia
servidora de todos y en especial de los pobres;
-de una Iglesia comprometida con el poder a una Iglesia solidaria con los
pobres;
-de una Iglesia arca de salvación a una Iglesia sacramento de salvación, en
diálogo con las otras Iglesias y las otras religiones de la humanidad, en pleno
reconocimiento de la libertad religiosa (DH).
En este sentido se ha dicho que el Vaticano II, y concretamente la
constitución
Lumen Gentium, ha sido un Concilio de transición,
entendida esta transición como el paso de una eclesiología tradicional a otra
renovada
[2]. Para algunos es el paso
del anatema al diálogo (R. Garaudy), un verdadero
aggiornamento
de la Iglesia; para otros, seguramente excesivamente optimistas, el
requiem del constantinismo…
II. Y sin embargo…
Sin entrar aquí y ahora en lo que ha sucedido en el inmediato y posterior
postconcilio, ya el mismo Vaticano II presenta una serie de déficits que
lastrarán sus elementos positivos y los ensombrecerán.
Además de que el Vaticano II tuvo que acceder a admitir una serie de
enmiendas ( o
modos) de los grupos más conservadores, que hacen que su
eclesiología contenga una cierta ambigua dualidad entre el acento jurídico de la
eclesiología tradicional y la afirmación de la eclesiología de comunión ( como
Acerbi ha señalado), el Concilio no trata y guarda silencio sobre temas ya
entonces candentes: el celibato sacerdotal y la carencia de ministros ordenados,
el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la participación de los
seglares en la responsabilidad ministerial, la sexualidad, la disciplina del
matrimonio, la forma de elegir a los obispos, el estatuto eclesiológico de los
obispos auxiliares, de los nuncios y cardenales, la función de la curia romana,
la relación entre democracia y valores, entre leyes civiles y morales, la
relación con las Iglesias orientales separadas de Roma…
Estas lagunas han hecho que la magnífica eclesiología de comunión del
Vaticano II en la práctica haya quedado muchas veces a mitad de camino por falta
de mediaciones eclesiales concretas para llevarlas a la práctica. Muchos de
estos temas se convertirán en el postconcilio, sobre todo en tiempo de Pablo VI,
en cuestiones no sólo candentes sino conflictivas. Pensemos, por ejemplo, en la
polémica surgida en torno a la
Humanae Vitae.
III. Invierno eclesial
Añadamos a lo anterior que el Vaticano II, luego de quince siglos de
constatinismo eclesial, produjo muchas reacciones y exageraciones en el seno de
la Iglesia. Desde la sociología y en concreto desde la sociología religiosa esto
no debería extrañarnos: una gran masa de fieles no cambia rápidamente de sus
modos de pensar y de actuar.
Algunos sectores muy conservadores se resistieron a aceptar el Vaticano II,
creyeron que la Iglesia doblaba sus rodillas ante la Modernidad (Maritain,
Bouyer…). Mucho peor y más intransigente fue la postura del Mons, Marcel
Lefebvre que acabó formando un grupo disidente (Fraternidad de Pío X) que fueron
finalmente excomulgados por Juan Pablo II (1988) al proceder Lefebvre a nombrar
sus propios obispos. La cuestión litúrgica (el deseo de volver a la liturgia
latina de Pío V), no fue lo más importante: en el fondo había un rechazo frontal
del Vaticano II al que se acusaba de protestantismo y modernismo. Conocemos toda
la evolución que ha ido teniendo este grupo hasta nuestros días y los difíciles
caminos de reconciliación. Si para algunos de ellos el Vaticano II fue una
auténtica cloaca, ¿cómo poder dialogar con ellos?...
Estas posturas críticas estaban también influidas por la deficiente
hermenéutica y recepción del Concilio por otros grupos opuestos. Hubo de parte
de algunos sectores de la Iglesia una interpretación excesivamente libre y
alegre del Vaticano II, lo cual produjo excesos, abusos y exageraciones en
terrenos dogmáticos, litúrgicos, morales, ecuménicos… y lo que fue más doloroso,
el abandono del ministerio por parte de muchos sacerdotes y de la vida
consagrada por parte de muchos religiosos y religiosas.
A esto se sumó un descenso de la práctica dominical y sacramental, los
divorcios, el aumento de indiferencia religiosa, el descenso entre las
vocaciones sacerdotales y religiosas, un ambiente muy secularizado y crítico
frente a la Iglesia…
Esto explica el hecho de que dentro de personas muy responsables y
representativas de la Iglesia se hiciera una crítica si no del Vaticano II, sí
ciertamente de su aplicación. Aquí hay que señalar la entrevista que tuvo el
Cardenal Josef Ratzinger, Prefecto de la Congregación de la Fe, con el
periodista italiano Vittorio Messori
[3]. Ratzinger no crítica al Concilio sino al anti-espíritu
del Concilio que se ha introducido en la Iglesia, fruto de los embates de la
modernidad y de la revolución cultural sobre de Occidente. No defiende una
vuelta atrás sino una restauración eclesial, una vuelta a los auténticos textos
conciliares para buscar un nuevo equilibrio y recuperar la unidad y la
integridad de la vida de la Iglesia y de su relación con Cristo. No se siente
muy inclinado a resaltar la historicidad de la Iglesia, ni los signos de los
tiempos, ni el concepto de Pueblo de Dios, ni a apoyar las conferencias
episcopales, que le parece que asfixian el papel del obispo local. Cree que los
últimos veinte años después del Concilio han sido desfavorables para la Iglesia
y opuestos a las expectativas de Juan XXIII. Ni la teología liberadora de
América Latina, ni las religiones no cristianas, ni el movimiento feminista
gozan de su simpatía. El tono del diálogo es más bien pesimista y sombrío,
mientras para él un rayo luminoso de esperanza lo constituyen los nuevos
movimientos laicales y carismáticos
[4]…
Frente a esta postura crítica de Ratzinger sobre el postconcilio, el cardenal
de Viena, Franz König, que jugó un papel muy importante en el Vaticano II,
escribió un libro,
Iglesia, ¿adónde vas?
[5], en el que afirma que la minoría conciliar veía el
concilio como una amenaza y utilizó todo su poder para vaciarlo de contendido.
Para König, la Iglesia de hoy, sin el Vaticano II habría sido una catástrofe y
mira con sospecha los intentos actuales de restauración eclesial.
El Sínodo de obispos de 1985 convocado por Juan Pablo II defendió la
identidad del Vaticano II frente a sus impugnadores, sin embargo sustituyó el
concepto de Pueblo de Dios por del Iglesia Cuerpo de Cristo, reforzó la
importancia de la santidad y de la cruz en la iglesia (seguramente creyendo que
Gaudium et Spes era demasiado optimista y humanista), cambió la palabra
pluralismo por la de pluriformidad, e intentó leer
Gaudium et Spes
desde
Lumen Gentium y no al revés.
Se ha dicho que la minoría conciliar que fue “derrotada” por el Vaticano II,
poco a poco ha ido enarbolando la interpretación y conducción del Vaticano II.
Lentamente hemos ido pasando de la primavera al invierno conciliar (K. Rahner),
a una vuelta a la gran disciplina (J.B. Libânio), a una restauración eclesial
(J.C. Zízola), a una noche oscura eclesial (J.I. González Faus). A la revista
Concilium, liderada por los grandes teólogos conciliares, se le añade
en 1972 la revista
Communio, inspirada por H.U. von Balthasar con una
línea teológica diferente. Von Balthasar parece ser la gran figura teológica del
post-Concilio, como lo fue Rahner del Concilio. Algo está cambiando.
Muchos de los documentos del magisterio que se han ido produciendo en tiempo
de Juan Pablo II en estos últimos años, como
Apostolos suos (1998)
sobre las conferencias episcopales,
Communionis notio (1992) sobre las
Iglesias locales, la
Instrucción sobre la colaboración de los fieles laicos
en el ministerio de los sacerdotes (1987), la Instrucción
Dominus
Iesus (2000) sobre el diálogo inter-religioso, marcan un claro retroceso
respecto a la inspiración más profunda del Vaticano II.
A casi 50 años de la clausura del Concilio, algunos se preguntan si en el
Concilio realmente sucedió algo
[6].
Frente a esta postura un tanto crítica y dubitativa, los estudios históricos
dirigidos por G. Alberigo
[7] han
demostrado fehacientemente que el Vaticano II fue un verdadero “acontecimiento”.
Pero no han faltado reacciones en contra, como la de Mons. A. Marchetto, para
quien el Vaticano II no opera ninguna ruptura con el pasado, sino que es
preferible hablar de continuidad
[8].
El mismo Benedicto XVI prefiere hablar de reforma sin ruptura
[9].
IV. Cambio de acentos
Pero si dejamos un tanto de lado las diversas hermenéuticas y aplicaciones
del Vaticano II, para fijarnos en el nuevo contexto socio-eclesial que hoy
vivimos, constataremos que ha habido como un corrimiento de acentos y de interés
en la apreciación y actualidad de los mismos documentos conciliares.
Para poner algún ejemplo, si la eclesiología del Vaticano II estuvo centrada
en
Lumen Gentium en una Iglesia ya constituida, hoy día vemos que el
decreto
Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia recobra
mayor actualidad y urgencia, y esto no sólo para los llamados “países de misión”
sino también y quizás sobre todo para los mismos países de tradición católica,
convertidos hoy en verdaderos países de misión, donde es necesaria una nueva
evangelización.
El ecumenismo conciliar, expresado sobre todo en el decreto
Unitatis
Redintegratio, parece quedar un tanto desplazado ante la actualidad del
diálogo inter-religioso que el mismo Vaticano II propició en su decreto
Nostra Aetate. ¿Qué sentido y urgencia tienen las discusiones
domésticas entre cristianos ortodoxos, evangélicos y anglicanos, cuando el grave
problema es la relación con las grandes mayorías no cristianas? Toda la
problemática ecuménica, evidentemente no desaparece, pero queda como en un
segundo lugar ante los problemas religiosos y políticos del diálogo con el
Islam, Hinduismo, Budismo, Judaísmo y las religiones originarias, lo que algunos
llaman macro-ecumenismo, aunque a otros disgusta este nombre.
Para poner otro ejemplo intra-eclesial, las discusiones en torno a la
Nota previa introducida un tanto misteriosamente al final de la
Lumen Gentium sobre la relación entre primado y colegialidad episcopal,
quedan hoy muy relativizadas y como desplazadas ante el pedido del mismo Juan
Pablo II en su encíclica
Ut Unum Sint (1995) de que dirigentes y
teólogos de las diferentes Iglesias y comunidades cristianas le ayuden a
reformular el ejercicio del primado petrino hoy, para que, sin renunciar a su
misión de servicio a la comunión, deje de constituir un obstáculo (¿el
principal?) para la unión de los cristianos.
¿Qué está sucediendo? ¿Cómo interpretar estos cambios que afectan al mismo
ser eclesial?
V. Entre el caos y el kairós.
Más allá de las buenas o males voluntades, más allá de las diferentes
ideologías en torno al Vaticano II, hay que reconocer que hoy estamos ante un
cambio de época, estamos entrando en una crisis de cultura mundial, no
precisamente destructiva, pero sí de proporciones inéditas.
Antropólogos, sociólogos, filósofos e historiadores reconocen que vivimos una
situación nueva, una especie de tsunami y de terremoto global, que afectan a
todas las dimensiones de nuestra existencia: sociales, económicas, políticas,
culturales y también religiosas y espirituales. La generalización y aceleración
de las comunicaciones, la globalización de flujos energéticos y de los recursos,
la movilidad de las personas, el impacto creciente e inesperado de la ciencia,
la amenaza de la degradación del planeta, nos producen la impresión de caos
generalizado.
Si hace algunos años todavía se soñaba en el Estado de bienestar, actualmente
todo el mundo vive en una atmósfera de inseguridad, de incertidumbre y
precariedad. La llamada “época axial” o el “tiempo eje” que desde el 900 a. C.
hasta el 200 a. C. configuró la sabiduría y cosmovisión religiosa de China
(Confucio), India (Buda), Grecia (Sócrates) e Israel (Isaías, Jeremías y los
profetas)
[10], hoy ha entrado en
una profunda crisis y se necesita elaborar un “segundo tiempo axial” (K.
Jaspers).
Todo esto naturalmente afecta a nuestra conciencia religiosa y eclesial. J.B.
Metz ha formulado en una especie de sorites los cambios que vivimos a nivel
religioso y eclesial. Frente a una época de pertenencia pacífica en la Iglesia
hoy hemos ido pasando primero a afirmar “Cristo sí, Iglesia no”, para luego ir
avanzando a “Dios sí, Cristo, no” y más adelante “religión sí, Dios, no”, para
acabar diciendo “espiritualidad sí, religión no”.
En este clima caótico de cambio e incertidumbre generalizada, la problemática
del Vaticano II ha quedado de algún modo desplazada o incluso superada. Ya no
tiene mucho sentido seguir discutiendo sobre ritos litúrgicos, la curia
vaticana, la disminución de la práctica dominical, el control de natalidad, la
comunión a los divorciados o las parejas homosexuales…Los problemas son mucho
más radicales y de fondo. Las generaciones jóvenes son las que más lo perciben y
sufren.
El Vaticano II fue un concilio fuertemente eclesiológico, centrado en la
Lumen Gentium y en la
Gaudium et Spes. Respondía a la pregunta
que Pablo VI había lanzado a los padres conciliares: “Iglesia, ¿qué dices de ti
misma?”. Todos los demás documentos giran en torno a la Iglesia o convergen en
ella: revelación, liturgia, laicado, Pueblo de Dios, jerarquía, vida religiosa,
ecumenismo, diálogo con el mundo moderno etc.
Pero pocos años después del Vaticano II, el mismo Pablo VI, en una semana
social de Francia cambió la pregunta del Concilio y la convirtió en esta otra:
“Iglesia, ¿qué dices de Dios?”
El teólogo y cardenal Walter Kasper reconoce que el Vaticano II se limitó
demasiado a la Iglesia y a las mediaciones eclesiales y descuidó de atender al
verdadero y auténtico contenido de la fe, a Dios
[11].
Y Rahner llegó a afirmar que el concilio Vaticano I había sido más audaz que
el Vaticano II al haberse atrevido a tratar la cuestión del misterio inefable de
Dios. Y escribió:
“El futuro no preguntará a la Iglesia por la estructura más exacta y bella de
la liturgia, ni tampoco por las doctrinas teológicas controvertidas que
distinguen la doctrina católica de los cristianos no católicos, ni por un
régimen más o menos ideal de la curia romana. Preguntará si la Iglesia puede
atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios.
(…) Y por esta razón, las respuestas y soluciones del pasado Concilio no podrían
ser sino un comienzo muy remoto del quehacer de la Iglesia del futuro”
[12].
La Iglesia ha de concentrarse en lo esencial, volver a Jesús y al evangelio,
iniciar una mistagogía que lleve a una experiencia espiritual de Dios, es tiempo
de espiritualidad y de mística. Y también de profecía frente al mundo de los
pobres y excluidos que son la mayor parte de la humanidad, y frente a la tierra,
la madre tierra, que está seriamente amenazada. Mística y profecía son
inseparables. La Iglesia ha de generar esperanza y sentido a un mundo abocado a
la muerte.
No es tiempo de retoques parciales, estamos en un tiempo que recuerda al que
precedió inmediatamente a la Reforma. Hay que ir a lo esencial. Y no engañarnos,
no caer en la vieja tentación de tocar violines mientras el Titánic se
hunde…
En este clima de perplejidad y de crisis universal, los cristianos afirmamos
que en medio de este caos, está presente la Ruaj, el Espíritu que se cernía
sobre el caos inicial para generar la vida, el mismo Espíritu que engendró a
Jesús de Maria Virgen y lo resucitó de entre los muertos. Del caos puede surgir
un tiempo de gracia, un kairós, una Iglesia renovada, nazarena, más pobre y
evangélica.
Algunas voces postulan un nuevo concilio, pero en este caso no debería ser un
Vaticano III, sino un Jerusalén II…
[1] Me permito remitir a mi
libro,
Para comprender la eclesiología desde América Latina, Estella.
España, 2008, nueva edición actualizada.
[2] A.J. de Almeida,
Lumen
Gentium. A transiçâo necessária, Sâo Paulo 2005.
[3] V. Messori / J. Ratzinger,
Informe sobre la fe, Madrid 1985.
[4] Para comprender el
pensamiento teológico de J. Ratzinger puede ayudar el texto de J. Martínez
Gordo,
La cristología de Josef Ratzinger-Benedicto XVI. A la luz de su
biografía teológica, Cuadernos Cristianismo i Justicia nº 158, Barcelona
2008.
[5] K. König,
Iglesia,
¿adónde vas?, Santander 1986.
[6] D.G. Schultenhover (ed.),
Vatican II, Did Anything Happen?, New York 2007.
[7]G. Alberigo (ed.),
Historia del Concilio Vaticano II, I-V, Salamanca 1999-2008.
[8] A. Marchetto,
El Concilio
Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para su historia, Valencia 2008. Véase
S. Madrigal,
El “aggiornamento”, clave teológica para la interpretación del
Concilio. Sal Terrae (febrero 2010) 111-127.
[9] Benedicto XVI, Discurso de
felicitación de Navidad a la curia romana, 2005.
[10] K. Armstrong,
La gran
transformación, Barcelona 2007.
[11] W. Kasper,
El desafío
permanente del Vaticano II, en Teología e Iglesia, Barcelona 1989, p
414.
[12] K. Rahner,
El
Concilio, nuevo comienzo, Barcelona 1966, p 22.